Epistemología brujíl: para conocer y arder

Nota: Escribí este texto para mi clase de «Epistemologías Feministas»
impartida por la doctora Xóchitl Arteaga Villamil

Como estudiante de Estudios de Género en varias ocasiones me he descubierto preguntándome si estar aquí —en la Especialidad— fue la decisión correcta. Pudiendo iniciar el doctorado, ¿qué fue lo que me atrajo hasta acá? ¿Cuál fue el canto de las sirenas que me hizo movilizar la barca de mi viaje de vida hasta este puerto tan particular y, debo decirlo, un tanto complicado? ¿Qué clase de encantamiento hay entre el amplio abanico de estos temas que de pronto se vuelve tan atractivo y genera tal ambición de aprender? ¿Será que, al final de cuentas, me convertí en aprendiz de bruja?

Y digo “bruja”, en femenino, porque si bien mi sexo y género es el de un hombre heteronormado —¡ja!, lo que quiera que signifique esto para mi— brujas han sido las que han caminado y caminan conmigo, que han compartido experiencias, andanzas, metodologías y mucho, mucho conocimiento. Y sí, brujas feroces son todas, tanto que a veces me aterra decir que estoy en este viaje, con ellas. Me aterra caer en la apropiación del macho, del hechicero del rey —del rey macho invisible al que todos respondemos— y entonces ser apartado del aquelarre que tanto y a manos llena me ha ofrecido. Entonces, brujo —¿o será bruje? — no soy. Sólo aprendiz, eterno aprendiz.

Pensar en la epistemología brujíl como un viaje me hace posicionarme en un punto de partida que todos aquellos aprendices hemos pisado: ¿qué es la epistemología? En el artículo que lleva el mismo nombre, Luis Jaramillo (2003) hace una revisión de las propuestas hechas por diferentes autores para llegar a una definición, que aunque el autor señala como “individual”, surge de un proceso de reflexión en donde el colectivo la produce y la comparte.

Desde la visión de Ricardo Ricci, la epistemología es:

Ese punto de vista desde el cual me relaciono con las cosas, con los fenómenos, con los hombres y eventualmente con lo trascendente. Esto, que se produce en el ámbito personal y cotidiano, también ocurre en el ámbito científico, donde proliferan distintas corrientes y sistemas de pensamiento que resultan ser, en definitiva, formas de ver el mundo (en Jaramillo, 2003).

Además, hace una observación que me hace pensar en el uso de los lentes purpura[1], pues señala que se requiere una mirada crítica que le permita descubrir la realidad y colabore en su construcción. Entonces, dice Ricci, “no es meramente un proceso de observación, sino una participación activa en el hecho o fenómeno estudiado”.

Sí, entonces las brujas y los aprendices, en este momento y a lo largo de nuestra formación, somos epistemólogos de una vida que exige mirar con otros ojos y, de alguna manera, también nos exige una suerte de omnipresencia que nos permita estar allí, donde la vida sucede; pero también allá, donde podemos reflexionar —aunque me gustaría más usar “criticar” con todas las acepciones posibles— acerca de por qué sucede así la vida. Una confrontación constante del “yo” con el mundo que implica un cambio personal, pero que también, de alguna manera, impulsa un cambio colectivo.

Sí, lo brujíl no es sencillo. Todo este conocimiento parte del dolor y el abandono. No puedo contar las innumerables ocasiones que he visto a las brujas reunirse en sendos aquelarres a llorar por las suyas. Ellas, las otras, las que ya no están, entregadas involuntariamente al mundo con violencia; las sustraídas y evidenciadas como brujas que el rey decide callar para siempre con la finalidad de evitar la supuesta propagación del mal de ser libre. Descubro entonces que del dolor y de la rabia del sacrificio no solicitado surge el poder. Que del grito del dolor de la sacrificada surge un grito colectivo, unánime, poderoso. Hasta hoy nunca he visto que las brujas se mutilen las piernas para volar o que ofrenden a sus hijos para manipular la mente; han perdido y siguen perdiendo tanto y tantas en el camino que de ahí surge el poder. Del observar, pero también del cansancio de ver y que poco, poco suceda para dar descanso a sus pies cansados, mas no mutilados.

¡Cómo no van a existir las brujas! Dirían las abuelas que quizá responden a “un mal necesario”, pero en medio de toda la violencia de la que son sujetas, ¿cuál es el mal y por qué se le mal categoriza como “mal”? Quizá, tratando de pensar como epistemólogo, que los señalamientos a las mujeres encuentran su epicentro en el mito religioso de Eva, la mujer que sucumbió ante el diablo, un señoro muy casual que se aprovechó de la inocencia y falta de conocimiento de la primera mujer. Aunque quizá, reflexiono, si en lugar de Eva hubiera sido Adán el incauto hoy hablaríamos de brujos y no de brujas.

            La bruja es una figura construida a partir de representaciones sociales, es decir imágenes socialmente compartidas sobre la realidad; sin embargo, esta adquiere contenidos particulares de acuerdo al momento histórico y al territorio donde se construye, pero también comparte características comunes tales como su vínculo estrecho y sexual con el diablo, su fascinación por la maldad, prácticas como vuelos en escobas, la preparación de bebedizos y hechizos para sanar o dañar, los conocimientos sobre la botánica, la alquimia y la anatomía humana, y la participación en reuniones con otras mujeres donde se alude a la figura del diablo como invitado especial, con quien supuestamente sostenían relaciones sexuales y bailes eróticos a cambio de poderes, entre muchas otras situaciones asociadas a las brujas. Es así como culturalmente se fue construyendo una idea del sujeto que encarnan las mujeres llamadas y señaladas como brujas.

Acosta & González (2017. p. 66)

Con razón apuntan Acosta y González (2017, p. 68) que esta representación social está atravesada por patrones que se pueden catalogar como patriarcales. ¿Por qué? Porque orientan la vida de las mujeres en el ámbito de la reproducción humana, el trabajo doméstico y el cuidado. ¡Claro! El cuidado, qué mejor que una mujer para dedicarse a este, ¿por sus manos delicadas y suaves? ¿Por su atención fervorosa? ¿Por su capacidad “innata” de sentir compasión ante la necesidad del otro?

Parece que estas brujas, de pronto más cercanas a la imagen de Lilith, la primera mujer de acuerdo con ciertos mitos hebreos y quien es señalada la antítesis de la mujer ideal por “mala mujer, rebelde, estéril y maldita” (Burguillos, s.f.). Desde la encarnación de la insubordinación, son también, sin romanticismo patriarcal, las creadoras de vida desde el cuerpo, pero también desde los saberes y aplicativos. ¿Pensaban que las brujas se iban a quedar de manos cruzadas? ¡Pues se equivocaron!

A modo de chiste, ¿se creería que la escoba flotaría y surcaría los cielos a mera voluntad de la bruja? Por supuesto que no. Para lograrlo tuvo que generar conocimiento empírico para responder a la necesidad de volar. Si bien este es un chiste —más cercano al mito que a la burla… aunque, confieso, desearía montar una escoba para trasladarme por la ciudad—, las brujas, con todo y señalización, terminaron por ser entonces las mujeres que cuidaron de la otredad, de las otras. En su encierro, llámese juventud, matrimonio, o vejez, las mujeres emprendieron plenamente lo que me gustaría señalar, quizá equivocadamente, como la “acción comunicativa” propuesta por Jürgen Habermas que, entre muchas propuestas, señala que esta es “la interacción entre dos sujetos capaces de comunicarse lingüísticamente y de efectuar acciones para establecer una relación interpersonal” (Garrido, 2011). Porque en medio de la necesidad, bruja se comunica con bruja, sin importar el medio: la lengua, la escritura, el cuerpo y el silencio. Porque a saber, ¿quién mejor que estos seres para curar el alma en comunidad? Estos aquelarres que innovaron la medicina mientras se unían a llorar sus penas, curar el alma y, también, curar las heridas.

Como aprendiz, veo con preocupación como otros aquelarres apagados señalan a los avivados por el hecho de existir. Parece que en colectivo hemos olvidado que esas brujas fueron, y aún son, las que curan con hierbas medicinales; las que saben qué y cómo tocar el cuerpo con caricias y toques particulares —el “arte” de sobar— para arreglar músculos y huesos; las que oyen atentas la mente y el corazón para aconsejar y apapachar el dolor del alma. Incluso, las que han acompañado a otras por generaciones para explicar los mitos de a fertilidad, el “cómo” soportar el sexo insolente y hasta cómo sacar del cuerpo al producto de la violencia. Pienso, ¿no será que estas brujas, más que coherederas “malditas” del legado de Lilith son, más bien, protectoras de las recién convertidas y de cotidianas? Es más, ¿no son ellas, las brujas, a quienes deberíamos de rendir todo el respeto y admiración por todo lo que han aportado a la historia de la humanidad?

¡Ah! Pero no. No en esta, nuestra historia. No aquí, donde los hombres, burdos intentos de hechiceros buscaron, buscan y buscarán imponer desde su falocéntrico ego su perspectiva y opinión como la única verdad de las cosas para responder al rey macho ostentando poder y capital para verse, entre ellos claro, como igual. Así, él, abnegado hombre productor, cansado de “partirse el lomo”, construye nuevas ramificaciones para someter a la bruja, lo que Silvia Federici llama “la nueva división sexual del trabajo”.

La división sexual del trabajo somete el trabajo femenino y la función reproductiva de las mujeres a la reproducción de la fuerza de trabajo; ii) la construcción de un nuevo orden patriarcal, basado en la exclusión de las mujeres del trabajo asalariado y su subordinación a los hombres; iii) la mecanización del cuerpo proletario y su transformación, en el caso de las mujeres, en una máquina de producción de nuevos trabajadores.

Federici (2010. p. 27)

De acuerdo, involucrar al capitalismo en la bujería no es, desde la visión de este aprendiz-autor, lo más adecuado. Sin embargo, ¿cómo concebimos el mundo si este —maldito— mal que nos exige producir, producir y producir para acumular, acumular y acumular para sentirnos parte del día a día? ¡Ah! Pero eso sí, desafortunado decir “nosotros” porque se escribe y pronuncia en masculino, porque como menciona Federici, ellas, las otras, las mujeres, las brujas, están para reproducir otros entes que produzcan y cuiden de lo acumulado. Porque ellas, en efecto, no tienen derecho a la posesión, al salario; y desde esta visión capitalista, ¿no hay mejor salario que un “te quiero” o una plancha el Día de las madres?

Y sin embargo, lo que no saben ellos, los productores y reproductores, es que a veces en secreto, ellas continúan su trabajo brujesco. Y la realidad, es que hoy sin miedo, son ellas las que producen y reproducen más brujas. Por más que quieran menguar su existencia, cuando callan a una, despiertan a cientos. Curioso pensar que creen estos señoros que con alzar la mano y golpear es suficiente para callar.

¡Ay, las brujas! ¿Por eso llora La llorona? ¿Sufre por unos hijos varones inconscientes que hacen del cuerpo “un campo de batalla que ha sido usado, oprimido y violentado bajo los intereses económicos y sociales de las élites políticas y religiosas de turno”? (Acosta y González. p. 72). Sí, quizá el llanto de aquella mujer sea un clamor que en esencia debería generar un ataque de pánico entre los hombres varones para despertar por las noches al escucharla y decir “¿por qué me comporto como me comporto?”… quizá, solo sea un pensamiento que parte de los supuestos, una distopía creada por este autor-aprendiz para huir, aunque sea por un momento de la realidad que observa y estudia. Una realidad que no está lejos de cambiar, pero sin claridad en cuánto habrá que esperar.

Pensando en este capitalismo rapaz que nos roba la tranquilidad, que violenta a los aquelarres en lo personal y colectivo, pienso también en aquellas brujas que, atentando contra la decencia y la moral, las buenas costumbres de una sociedad conservadora y agachada, fueron silenciadas. Y quizá no desde una acepción mortal, pero sí desde la separación de sus comunidades, el encarcelamiento físico y espiritual que las excluyó aún más de la vida pública. Y quizá, y solo quizá, estas hermanas no fueron sentenciadas a prisiones humanas, pero sí a la reclusión moral y espiritual donde incluso, recurriendo a la transgresión del género, intentaron en vano alzar la voz sin pensar que haría eco tantos años después.

Mientras escribo estas líneas, un anecdotario o una súplica académica, pienso en mi Bruja Mayor; la que me heredó su lucha y que, si bien no era mía, la recibo con honra. Estas, esa bruja con su historia, es una superviviente de lo que sentenciaron como “histérica”, como a muchas otras —por no decir todas— en la historia vieja y nueva. La histérica que deseó hacerlo diferente y cuyo pensamiento terminó por ser apedreado por hereje y superponer expectativas y roles que no compaginaban con ella. Ella, la bruja histérica, que rompiendo el paradigma patriarcal, en extremo moralista y opresor, logró reponerse y constituirse como mi Bruja Mayor y es que como escribe Antonino di Stefano casi describiendo lo que vivió, “ni la excomunión, ni la confiscación de propiedades, ni la tortura, ni la muerte en la hoguera… pudieron debilitar la «inmensa vitalidad y popularidad» de la heretica pravitatis (el mal hereje)” (di Stefano en Federici, p. 67). Y sí, esta Bruja no cedió, ni en medio de un pasón de barbitúricos o por un duelo patológico. Así viven y sobreviven las brujas, ¿no?

Quizá, si bien no brujo, porque no pienso tomar partido de lo que no es mío, yo-aprendiz he decidido transitar el camino “del mal” transgrediendo mi mal llamada “moral cristiana”. Me he encontrado con un aquelarre particular que me ha abierto las puertas para aprender y desaprender. Y, aunque observante, pero decididamente protestante e incómodo dentro de mis círculos, sin querer me convertí en un emisario hereje, como un neoevangelista, de este mensaje brujil. Un sacerdote —aunque más bien pastor— que quizá nunca se gane su escoba para surcar los cielos, pero sí una pira de madera verde en la que aún ardiendo dará a conocer que las brujas están aquí, entre nosotros… ¡y se multiplican!

¡Larga, ardiente y escandalosa vida al aquelarre!

¡Larga vida a las brujas!

Referencias

Acosta, V., & González, D. (2017). Las brujas como subjetividad política y reivindicación feminista. Revista Trabajo Social, 24–25, 63-83.

Burguillos, M. (s. f.). Non serviam: la insubordinacióin femenina en el mito de Lilith. Congreso del Estado de Veracruz. Recuperado 30 de noviembre de 2023, de https://www.legisver.gob.mx/equidadNotas/publicacionLXIII/El%20mito%20de%20Lilith.pdf

Federici, S. (2010). Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. https://traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Caliban%20y%20la%20bruja-TdS.pdf (Obra original publicada 2004)

Garrido, L., (2011). Reseña de «La Teoría de la acción comunicativa» de J. Habermas. Razón y Palabra, (75), https://www.redalyc.org/pdf/1995/199518706036.pdf

Jaramillo, L. (2003). ¿Qué es la epistemología? Cinta de Moebio, 18, 174-178. https://www.moebio.uchile.cl/18/jaramillo.html


[1] Posicionamiento feminista que invita al uso de la perspectiva de género para ver y analizar las desigualdades surgidas desde el género y así, procurar la inclusión libre de violencia.

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