
Mi Bolita, la más hermosa de todas,
No, tu ausencia ya no me duele, pero sí me da mucha nostalgia.
Añoro esos momentos en los que, en secreto, comíamos chocoretas a escondidas; cuando me dabas chicles Trident para salivar; ¡vaya!, hasta extraño verte amenazarme con esa chancla negra, la temible chancla de la abuela.
Tengo unos lentes de pasta que se parecen un poco a los tuyos. ¿Verdad que tenías un par para ver de lejos y otro para ver de cerca? ¿Verdes y rosas? Recuerdo qué chula te veías cuando te vestías de verde. La verdad es que tuve a la abuela más guapa del mundo, coronada con un velo de bellos cabellos plateados, símbolos de tu sabiduría.
Cada año que pasa tengo muchas más cosas para contarte, como para pasar horas y horas echando el chal y que me digas “¡Puro güiri-güiri contigo!”, como desde aquellos años en los que nadie me paraba la boca. Como cuando el lugar más seguro del mundo era tu regazo y estoy seguro que incluso hoy, pasaría horas y horas jugando con tu ‘monedero’ escuchándote hablar o viendo “la comedia”.
También lee: Lo que la pandemia se llevó
Descubro, Mamá I, que entre más viejo me pongo más añoro esos momentos de infancia, sólo esos, los que pasé a tu lado. ¿Sabes?, ¡me casé abue!, seguro te caería muy bien Faby aunque estarías enojada con nosotros porque no te invitamos presencial a la boda (a ti sí te hubiera pedido estar al frente, hasta mero adelante). Habitamos una casa con un jardín hermoso, aunque le hace falta un poco de pasto como el que teníamos en la casa. En ocasiones fantaseo con ese jardín, ¿te acuerdas cuando ponían una alberca? Hace poco fui a visitar Privada Caracol, hoy es tan diferente, la casa de unos completos extraños. Casi toco la puerta, pero me detuve, sabía que no me abrirías, y también que mi abuelito Raúl no saldría peinando su bigotazo antes de abrir la puerta.
¿Te acuerdas cuando aprendí a patinar? ¿O cuando mi papá me enseñó a andar en bici? ¡No, espera! ¡Mejor aún! ¿Te acuerdas cuando me enseñaste a leer? Sí me acuerdo, le pediste a mi papá que comprara un libro con la historia de Pinocho y Dumbo y estoy casi seguro que si existe —porque seguro alguien ya se encargó de borrar mi recuerdo como hijo— está rayado con las divisiones por sílabas que me ayudaban a marcar la lectura. Fíjate que no me acuerdo si fue difícil o no, ojalá pudieras contarme.
No te vayas sin leer: A-Dios-es
En unos días termino la maestría, Mamá I. Todavía me acuerdo cómo estabas de emocionada cuando te llamé para decirte que me había quedado en la UNAM, lo orgullosa que estabas y feliz de saber que el vástago de tu conse había entrado, ¡hasta lo delataste diciéndome que había llorado! Siempre me dijiste que era importante esforzarme por enorgullecer a mis papás y mira, aunque ahora lo hago por mí, sé que ellos realmente están felices, incluso cuando no es ni el área que ellos esperaban —bueno, mi papá— y tampoco la carrera que estudié. He aprendido, Mami, que no mentían cuando decían “misteriosos son los caminos del Señor”.
¡Ay Chagüina!, tengo tanto que contarte. Tantas memorias, sucesos, cosas que se acumulan en esta cabeza olmeca pelona que parece que en algún momento va a reventar. Hace poco leí un libro de una compatriota de tu cuñado Manolo, Elvira Sastre se llama. Lloré, lloré tanto mientras leía cada hoja de este libro porque era como si estuviera teniendo una conversación contigo. Creo que las dimensiones confabularon para compartir ese texto y mientras leía y lloraba, tu limpiabas mis lágrimas mientras las tuyas escurrían por tus mejillas. ¡Qué linda que fuiste siempre, agüelita!
¿Sabes?, el jardín de la casa tiene, por alguna razón, muchos florecimientos de alcatraces. Siempre, en estos días cercanos a tu aniversario, mis días grises, florecen tantos, deben ser una docena, un poco más. Y mi corazón los traduce como mensajes tuyos provenientes de donde quiera que estés. Me animan, me hacen sonreír, sentirte cerca casi como si me dieras un abrazo. De todas las cosas que quisiera de mi infancia, la más importante sería darte un abrazo, un abrazo fuerte que borré de mi mente la última vez que te toqué y heló mi mano.
Ay, Chagüina. Te extraño tanto. Escribo, como tantas otras veces, esperando que estas letras lleguen a donde tengan que llegar, esperando que sean un cálido abrazo o una dulce caricia que anuncie que acá, entre los vivos —y los no-tanto—, acá sigue tu hijo, de los más pequeños, añorando tu compañía, tus palabras. No importan que pasen otros 14 años, mi corazón seguirá esperándote, esperando a encontrarme contigo y comer chocoretas mientras te veo cocinar.
Nos veremos, seguro que sí.
Te ama y te extraña siempre,
Ab (así, cortito, porque es más fácil para todos)