Reflexiones acerca de la muerte

A los Torres, porque aunque nos duelan los que se van, los que quedamos importan mucho más.
A mi sangre, la que se adelantó, pero sobre todo la que se quedó. Que mis palabras sean un abrazo a la distancia.

Personalmente, el versículo «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, oh sepulcro, tu victoria?» (1 Co 15:55 NBV) es un verso que NO me gusta y que me resisto a usar en momentos de duelo y dolor tanto en lo personal como en lo comunitario.

Hay una pésima pedagogía y teología del duelo y el dolor en el cristianismo. Como si por el hecho de ser creyentes y hacer una oración esas heridas no visibles, pero bien marcadas en el alma, ya fueran sanadas en un santiamén. Y, quisiera que no se me malinterprete, yo creo en los milagros creativos que vienen del cielo, ¡he sido testigo de dedos que crecen y cánceres que se van!, pero las enfermedades emocionales, esas que habitan en el alma, no sanan en un alzar de manos delante de Dios ni leyendo Salmos.

«…nos resistimos a concebir un pensamiento fuera del “están en un lugar mejor«

Sí, es cierto que nuestra fe nos ayuda y encamina a creer en el más allá y, con algunas interpretaciones según la denominación, esos que se nos adelantan “duermen”, están en la presencia de Dios o, en el peor de los casos, en el infierno. Tal parece que queremos anestesiar el dolor y los pensamientos de un momento como ese porque nos resistimos a concebir un pensamiento fuera del “están en un lugar mejor”. ¡Qué tremendo! Es como si se nos obligara a pedir por quien se fue, cuyo testimonio de vida ya caducó y posiblemente ya rindió cuentas delante del trono (yo creo que Dios vive fuera de nuestra visión del tiempo y espacio y por lo tanto, la Gloria ya existe) pero nos olvidamos del deudo, del que se queda y se tiene que tragar todas sus emociones porque es cristiano, cómo va a estar deprimido, por qué va a llorar.

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Juan 11:35 es un versículo que TODO creyente debería tener presente ante procesos de duelo y pérdida. Este verso dice «Jesús lloró» (NBV) y nos revela que el mismo Maestro al que adoramos, amamos y celebramos experimentó un duelo y dolor por la pérdida de su amigo Lázaro y de mirar la pérdida y lo que causaba en sus hermanas. ¡Jesús lloró!, se mostró vulnerable delante de sus amigos y con libertad para expresar lo que su corazón sentía; vemos al ser humano perseguido por sus escarnecedores llorar y nadie vino a decirle al Rey “Maestro, ya no llores, Lázaro ya está bien. Debes ser fuerte para nosotros y para establecer el reino venidero”.

Iglesia, ¡deja llorar a los deudos cuanto les sea necesario! Debemos dejar de satanizar las emociones como algo que no se debe experimentar y conocer. Debemos aprender a acompañar a los dolientes más allá de un “estamos orando por ti”, “hemos hecho una colecta por ti”, necesitamos aprender a sentir misericordia que es “mi ser/mi corazón está contigo” y, justamente, estar. Estar para llorar con el otro, y mientras esto sucede, orar para que el consuelo y la paz del cielo vengan… ¡pero que vengan a través de nosotros! Nosotros, los que nos quedamos, los que ahora tenemos la posibilidad de construir nuevas memorias y buenos momentos para aquellos que han perdido a alguien.

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No es una tarea fácil, particularmente en una cultura como la nuestra que, pese a muy leídos y doctrinados en amar y abrazar al otro, permea un pensamiento de pronto muy individualista que entorpece nuestra capacidad de ver al otro y ponernos en sus zapatos. Como si olvidáramos que el duelo, una muerte —incluso la propia— fuera algo lejano, improbable o ficticio, cuando la verdad es que, cristianos o no, desde el momento de nuestro nacimiento, tenemos una fecha de caducidad establecida que, indudablemente, queramos o no, llegará.

En estos momentos donde la muerte es cosa de todos los días, no dude en llorar con los otros antes de formular una frase en sus labios. Sea los brazos del Padre para abrazar a quien lo necesite, consuele a la viuda (y al viudo también); escuche al huérfano, cobije al padre que perdió un hijo, al hermano que perdió al suyo. A veces, allá afuera, más que un versículo que nos hable de la victoria de Jesús sobre la muerte, la gente necesita que seamos una Biblia entera llena de misericordia, compasión y amor.

Ante el duelo, seamos menos doctrina —o predicación— y seamos más como Jesús, el que lloró la muerte de su amigo.

**Pitufresas**:

Llevo muchas, muchas entradas que se han quedado en el tintero porque he decidido hacer de esas palabras algo más íntimo, para mi y mis recuerdos. Pero trataré de volver lo más pronto posible con temas que no sean como este, recurrente en mis últimas publicaciones.

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