Un día sin alumnas

A Teresa, porque me enseñaste y me enseñas que ser mujer es sinónimo de fortaleza y amor. ¡Te amo!

Este 9 de marzo decidí apoyar el Paro Nacional de Mujeres y tuve una sesión especial con mis alumnos varones. Arranqué la sesión con estas palabras que decidí hacer públicas.

Sí, inicié con esta canción de Vivir Quintana

Estimados alumnos,

Qué difícil dirigirme a ustedes en una jornada en la que deberían aparecer en esta aula virtual sus compañeras. Sin embargo, no imagino cómo debería ser el despertar día a día en los cientos de hogares donde hoy falta una mujer. Familias donde hoy falta una madre, una esposa, una hija, una hermana, una amiga, una compañera.

Habitamos un país donde parece que hemos normalizado la violencia de género a tal grado que nuestros compañeros y colegas en los medios reportan que al menos 11 mujeres mueren violentamente, es decir, son asesinadas, 11 mujeres día con día. Vivimos en un México en el que a la desaparecida aún la acusamos de rebelde, asumiendo que se fue de la casa, de los suyos, con el novio, porque es una loca, porque no tiene valores, porque así son las mujeres enamoradas. Estamos en una sociedad que insiste en creer que los hombres somos de Marte y las mujeres de Venus, unos creados divinamente para la guerra, para el ejercicio de la violencia; y otras, las venusinas, creadas para el amor y la belleza. Una división absurda de pensamientos en las que hemos posicionado a las mujeres para ser menos que nosotros basados únicamente en nuestros rasgos y expresiones físicas, haciéndonos merecedores de todo mérito por el hecho de haber nacido hombres con un pene entre las piernas.

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Es imperativo entender, como hombres, que es un error pensar que estamos en una guerra de poderes. Esta ilusión bélica no es más que una respuesta natural a los sistemáticos abusos que nuestro género ha hecho sobre cada una de ellas. Es, si me lo permiten decir, la respuesta miserable de los hijos de Adán que insisten en castigar a Eva y a sus hijas por comer del fruto prohibido. ¿Dónde cabe, pues, la misandria o la ideología nazi en una madre que se desgarra la garganta buscando el cadáver de su hija desaparecida hace meses y cuyo gobierno, sin importar su color, no le ha dado respuesta? ¿Dónde está, pues, esa igualdad y equidad que tanto claman las organizaciones, si a una mujer, por el hecho de ser mujer, se le niega o limita el desarrollo profesional porque además de ser profesionista es madre y ama de casa? ¿Dónde están, pues, la imposición de un pensamiento matriarcal o feminista en una sociedad que prefiere castigar a la gestante que decide interrumpir su embarazo, ¡o peor aún, no tener hijos!, pero mantiene una postura violenta al ignorar y demeritar a aquellas abusadas, y peor, ¿a las y los que nacieron sin esperanza?

Como hombres hoy hay mucho de qué hablar y mucho de qué reflexionar. Necesitamos comenzar a replantear cómo vivimos y por qué vivimos así. Más que nunca, el mundo nos urge a detenernos y escucharnos, a buscar el por qué hablo como hablo, por qué me desenvuelvo en comunidad así, y puntualizar lo que sí y lo que no va con el contexto sociocultural en el que me desenvuelvo. Nos urge meditar en cómo ejercemos nuestra masculinidad y privilegio, que insisto, tenemos por sobre ellas, por el hecho de ser hombres. Pensar en cómo en nuestro día a día violentamos a ellas con actitudes machistas -nunca más micromachismos, porque sigue siendo machismo-, y aún peor, ¡cómo nos violentamos a nosotros mismos!

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Como hijo, hermano, esposo y docente universitario, “Un día sin mujeres” me lleva a pensar cómo sería la vida sin ellas, más allá del aspecto sexual o reproductivo. Pensemos a profundidad, ¿seríamos capaces de sostener un mundo que, de por si se cae a pedazos sobre nosotros? ¿Somos capaces de detener la debacle de nuestra sociedad?

En un mundo que insiste en crear divisiones, en separar el negro y el blanco, lo bueno y lo malo, lo feliz de lo triste, ¿qué pasaría si hoy ustedes, nosotros, generamos un puente? Es claro que hay cosas que marcan una diferencia real entre ellas y nosotros, pero si algo nos ha enseñado la historia es que las revoluciones que cambiaron el mundo comenzaron cuando se dejaron atrás las opiniones, se unieron fuerzas y decidieron caminar juntos, renunciando a privilegios, colores, idiomas o filosofías.

Qué pasaría si hoy, ustedes, a quienes vilmente mi generación y otros ha llamado “Generación de cristal” decide renunciar al pacto patriarcal, existente e inherente a nuestra masculinidad, usa su privilegio para beneficiar a todas y todos y con su poder empodera a una transformación social en la que todas y todos tengamos cabida. Que nunca más se les juzgue por una supuesta fragilidad, pero sí que se les recuerde a que gracias a estos rompimientos convertidos en denuncias y llamadas de atención podemos cambiar el curso de nuestra historia.

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En medio de discursos de lucha, de ofensiva y ofensas, hoy nos encontramos nosotros. Y es tiempo de atender la exigencia de la llamada de la reflexión, pues sin ella, jamás habrá transformación.

Sirva hoy esta sesión no para imponer pensamientos o ideologías, sí para debatir con respeto y reflexionar con la cabeza, el corazón y el espíritu, aquel que habla por nuestra raza.

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