
“Porque para mi el vivir es Cristo y el morir es ganancia”
Filipenses 1:21
Para Roberto, sigamos caminando puestos los ojos en Jesús
Hace muchos años, muchos, había un muchacho, nadie. Un número más en una congregación más, en constante crecimiento como cualquier otra. Uno más del insípido grupo de jóvenes. Un alma más, en pena, que ocupaba una banca más de las muchas otra más que había en ese lugar.
En ese mismo tiempo había un hombre en este lugar. Lleno de sueños y con muchas ganas de muchas cosas, principalmente de cambiar el mundo. Había veces en las que, como si se tratara de un truco de magia, se disfrazaba de payaso, el “Diente Fino” se decía —con sentido, pues era dentista por formación y sin embargo, maestro (ENOOOOOORME) por vocación— y recorría las calles repartiendo alegría, abrazos y amor a diestra y siniestra, como si nada más importara en el mundo, salvo hacer esto.
Un día, ese muchacho y ese hombre se encontraron casualmente. Sólo el tiempo tendrá memoria de cómo y cuándo sucedió este encuentro que le dio vida a una historia fantástica. El hombre, reflexivo y pensador, pero con un corazón rebosante de amor, invitó al muchacho a que lo acompañara alguna vez a esos recorridos por las calles. “Manos, necesitamos muchas más manos. Estas no son suficientes para abrazar a tanta gente”, le dijo. Pensativo, pero a la vez ansioso por descubrir un mundo que desconocía, el muchacho aceptó la interesante invitación que le hicieron, “¿qué más puede pasar?”.
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Una tarde, de un día cualquiera, de un mes cualquiera, de un año cualquiera, se montaron en un viaje a una comunidad lejana. Mientras otras personas sacaban bocinas, micrófonos y demás, el hombre sentó al muchacho frente a él y puso una bolsa llena de maquillaje en medio de ellos. “Hoy vas a ser un mimo”, le dijo el alegre señor mientras sonreía y comenzaba también a maquillarse. Paso a paso, explicó al muchacho cómo debería ser el proceso de transformación y una vez listo, también le explicó qué era lo que debería de hacer.
El show sucedió. Hubo muchas risas y muchos abrazos. También hubo amor. Mucho amor. ¿Quién iba a pensar que el mismo Dios del cielo usaría a gente común y corriente para hacerse presente en medio de la nada?, ¡peor aún!, ¿quién pensaría que un payaso inyectara de razón y propósito a un muchacho que era ‘nadie’? Al finalizar ese evento, toda era risas y diversión hasta que de pronto, todos vieron una señal en el cielo, “¡Cielos abiertos!”, gritó alguien. Y muy sabio, el payaso Diente Fino, señor de días, nos miró a los ojos a todos los presentes para decirnos que los cielos abiertos de esa tarde significaban que el Dios de los cielos disponía de todo para que cada uno de ellos pudiera continuar repartiendo abrazos y sonrisas, pero sobre todo, el amor de un Dios que por más lejos que el mundo quisiera ponerlo o imaginarlo, estaba al alcance de un abrazo.
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¿Quién diría que un payaso sería un instrumento del cielo para revelarle el sentido y propósito de la vida a un muchacho que era ‘nadie’ y que detrás de un rostro maquillado en blanco y negro se levantaba un misionero más llevando el amor del Padre y con cielos abiertos para hacer Su obra?
Y ese muchacho era yo.

Mi querido Gonzo, tu partida me duele encabronadamente (ay, perdón, ¡tenía que sacarlo!).
Me quedan en el corazón y la memoria muchas historias y muchos recuerdos. Pero lo más importante que me dejas es justamente una pasión por las almas que, si bien no es desmedida, sí es pasión. Fuiste mi primer maestros misionero, el que puso esa semilla en mi y que dio fruto. No sé si hoy sea un misionero hecho y derecho, pero juro que estoy poniendo mi mayor empeño… he tenido y tengo maestros increíbles como tú.
Gracias por ser la voz del Padre para darle sentido y destino a una vida que ha caminado varios senderos, a veces queriendo escapar y otras veces sólo para explorar, pero que como sea, vuelve al Padre para invitar a otros a conocerlo.
Me emociona pensar en la increíble corona que Diente Fino tiene ahora en sus manos y que, en algún momento de nuestra eternidad, podremos estar juntos, con todas esas personas que alcanzaste y que alcanzaré, con nuestras familias y amigos, y las lanzaremos a los pies del amado, ¡nuestro amado!
¡Pfff!, celebro que no me quedé con las ganas de decirte que te aprecio y te estimo. Y así será hasta que nos encontremos en el cielo (pero perdón, no me hagas guardar silencio porque allá tendré mucho que cantar, preguntar y platicar).
¡Tú sí que viviste una vida por el evangelio!… ahora nos toca construir sobre tu increíble legado.
Seguro, siempre, en nuestros corazones mi querido Gonzo.
Te amamos.
Un comentario en “Todo por el evangelio”