Siempre que hablo de FE me gusta definirla como “la certeza de lo que no se ve y la seguridad de lo que se espera”. Quizá es una mala definición pero para mí eso es la fe.Parece que “llamar a las cosas que no son, como si fueran” es algo que los cristianos contemporáneos tenemos en la lengua todo el tiempo (ver Romanos 4:17), forma parte de nuestro ADN celestial y por siglos nos ha acompañado. Sin embargo, creo que a esta fe le hace falta algo más que saberse el versículo de memoria: la acción.
Si nos vamos más profundo, me atrevería a decir que a esta fe le faltaría el actuar. ¡Vamos!, está bien declarar cosas maravillosas sobre nuestras vidas, pero nos mantenemos sentados en las bancas de la iglesia a la espera de que Dios mueva la montaña cuando en realidad la orden es ordenarle a la montaña que se mueva.
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Veamos. En el evangelio, en Mateo 17:20 dice textual: «Jesús dijo: “Les aseguro que si tienen fe tan pequeña como un grano de mostaza, PODRÁN DECIRLE a esta montaña: “trasládate de aquí para allá”, y se trasladara. Para ustedes NADA SERÁ IMPOSIBLE”».
Cómo puedes ver, acá no hay una invitación extra al simple hecho de creer y actuar —ver “podrán decirle”—. La fe estuvo acompañada de la acción, al decir. No solo se trata de creer con el corazón, sino de ser verdaderamente movido a actuar porque esa montaña se mueva.
Me atreveré a decir que Jesús habla en serio cuando dice que al ordenarle a la montaña que se mueva, ¡esta se mueva! Pero mientras lo descubro, quiero creer que mi corazón es capaz de moverse, por compasión y pasión, a la búsqueda de los milagros. No es irreal, es algo a lo que estamos llamados a hacer, a ver. Y por supuesto, es algo que Dios anhela con locura mostrarnos.
Amigos, traer el cielo a la tierra no es el privilegio de pocos. Es una capacidad que viene del corazón de Dios y está depositada en el de cada uno de nosotros. Él quiere que nos convirtamos en un hotspot de Su presencia y podamos conectar a otros con Él.
Igual me vas a preguntar si he visto montañas moverse y, sin duda, puedo contestarte que sí. Hace unos meses mi abuela, hoy de 83 años, estuvo delicada en el hospital con un diagnóstico que no era favorable y, aunque estábamos seguros que no moriría en el hospital, las expectativas eran mínimas. No hice una oración espectacular, no tembló — gracias a Dios—, ni los cielos se abrieron y bajó un ángel, pero sin duda Dios hizo algo sobrenatural la noche que estuve en sanatorio, pues aunque no salió sana al 100% de ahí, la mejoría de un día a otro fue considerable, e incluso, en esa ocasión se descartó la necesidad de una cirugía mayor. Estoy seguro que fue una oración contestada, una montaña movida.
¿Otra montaña? Hace un par de meses, una de mis mejores amigas fue diagnosticada con un tumor en el tórax del tamaño del mundo — resultó ser una masa de poco más de 7 kilos—. El diagnóstico no era el mejor y aunque había esperanza de que no se tratara de algo peligroso, como ya he vivido la muerte de dos amigos cercanos, mi fe y ánimo decayeron porque temí lo peor. Pero justo el amor que siento por ella me hizo pararme, oficiar — recuerda, todos somos sacerdotes— y orar. Lancé mi montaña de popó temeroso e hice guerra unido a otros para que esa enfermedad se fuera. Después del susto, hoy convivo con mi amiga, que ya es más que sana — en el nombre de Jesús—. Otra oración contestada.
Tengo muchas más montañas por mover y ver mover. Quizá se llamen cáncer, ceguera, sordera, pobreza, adicciones, incluso inmovilidad o muerte. Y estoy decidido, ¡oh sí! porque sé quién es el que las mueve, y si Él no lo hace, entonces decido no quedarme sentado.
Decido creer. Decido mover mi corazón a un lugar que va más allá de solo levantar mis manos y pedir, decido actuar. En la medida de cómo actúe —propiamente, acciones concretas— sé que veré esas montañas moverse y sé que cada victoria se convertirá en la ayuda para que otro pueda aumentar su medida de fe y así, hacer que su montaña se mueva.
En esto creo.
La fe activa va más allá de llamar las cosas que no son como si fueran. Es llamarlas y actuar para que sean. Te reto a que lo hagas. Esfuérzate, se muy valiente. Eres amado, eres hijo, eres instrumento, ¡eres DIGNO!
¡Movamos las montañas!

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Un comentario en “Que tu fe mueva la montaña”