Recuerdo la mayoría de las veces que dije “sí” a algo o a alguien en momentos cruciales de mi vida:– Sí — quiero estudiar comunicación,
– Sí — dame un trago de tu chela -y no, no me hice alcohólico-,
– Sí — me gustas,
– Sí — acepto este trabajo,
– Sí — detesto este trabajo y quiero renunciar,
– Sí — decido perdonarte pero también sacarte de mi vida,
– Sí — quiero casarme contigo.
Y aunque hay muchos “Sí” que omití en esta lista ̶ ¡vamos!, no esperen que a mis 30 tenga memoria de mis toma de decisiones–, hay dos que sin duda han marcado mi vida de todas las maneras posibles:
– El día que le dije “Sí” a Jesús,
– El día que le dije “Sí” a los sueños y visiones que Él ha puesto en mi corazón.
Mi familia y yo nos acercamos a Dios hace 18 años, si las cuentas no me fallan. Primero fue una de mis tías, luego mis abuelos, otros tíos y ¡pum!, mi mamá y yo. Del montón de no-judíos errantes que respondimos al llamado en hace casi dos décadas, únicamente una tía –a quien admiro y valoro muchísimo– y yo seguimos en el camino… o al menos somos más constantes. Mi abuelito, mi propio “héroe de la fe” definitivamente ya está en casa con su Padre Celestial, y recientemente, mi mamá emprendió de nuevo esta aventura.
En esos años posteriores a decir “Sí” descubrí una pasión y vocación por el servicio social objetivo. Siempre he creído que hay gente menos afortunada que yo que necesita, además de atención en salud, educativa o psicológica, un poco de atención espiritual que les llene el alma. No soy, y nunca seré, de los que salen a las calles con Biblia en mano “a ayudar”, aunque se aplaude ¡eh!, pero sí soy de los que se atreven a comprar un chocolate caliente a una mujer de la calle y se atreve a darle un abrazo. Sin cantar acciones –porque los conozco, amigos–, la misericordia se mueve mucho en mi… incluso cuando no quiero.
A todo lo anterior le llaman “ser misionero” y, recuerdo, le dije “sí” a este llamado cuando comencé a sentir carga –como dirían las abuelas, “pendiente” — por comunidades alejadas, pobres e incluso naciones. Cuando pregunté “¿qué carambas significa esto que siento?” la respuesta fue clara: irás a las naciones… que en español simple significa algo así como “dedicarás tu vida a llevar el mensaje de Jesús”, o algo así.
Crecí con esa visión y la mantengo. Y aunque es una constante en mi vida, con el paso de los años se modificó. Tras sumergirme en el mundo sobrenatural –sí, como si se tratara del universo de Harry Potter pero “cristiano” –, el llamado se transformó en “ser pastor”. No, no lo dije yo ni es una decisión personal. De hecho, después de mucho patalear, llorar, patalear, hacer berrinches, llorar, quejarme, llorar, gritar, llorar, acepté ese peculiar llamado del que no sé si tú estés en los mismos zapatos que yo pero, ¡NO SUENA NI FÁCIL NI SENCILLO!

Pero decido decir “sí”. Aunque me muero de miedo, la respuesta que salió de mi boca –y de quien será la ‘Doña Pastora’ en el futuro– fue afirmativa. No dejo de pensar en lo irónico que es para mi tomar una decisión como esta, pues soy la persona que menos se somete a figuras de autoridad, que cuestiona TODO –y sí, tiendo a ser molesto… en serio jodón–. Sin embargo, hoy entiendo que mi “sí” es una respuesta de amor por y para Dios que se refleja con mi compromiso por llevar a personas a que se conecten con Jesús desde la misma óptica en la que yo hice click con Él.
Verás, no es que me denigre ni mucho menos, pero cuando en serio no era nadie y mi vida no valía, Él vino a decirme que era digno. No le importó que hacía ni como era, simplemente me abrazó y me amó y eso, eso definitivamente cambió mi vida y es justo lo que quiero hacer… y si al final no lo logró, que nadie diga que no lo intenté.
Así que, pues bueno. El día que dije ese último “Sí” ha sucedido cambios radicales en mi vida y, entonces, decidí prepararme para lo que viene. Espero ocupar este espacio –Medium, pues– para ir platicando las peripecias y bendiciones de lo que será este transformar en mi vida. Y también, porqué no decirlo, una válvula de escape a los traumas y miedos con los que me enfrentaré. Ojalá me encuentre a gente en ese mismo sentir y podamos compartir ideas, pensamientos y más. Vaya, que este espacio sea un lugar seguro.

¡Por cierto!, sé que no me lo preguntarían pero si ya tuviera mi comunidad trabajando, en la puerta tendría un letrero ENORME que a la letra diría:
“En este lugar no discriminamos por raza, religión, color de piel, preferencia sexual, partido político o nacionalidad. Jesús era judío, pobre, criticado por no casarse, rebelde con causa y Galileo –ser de allá era “penoso” en esos tiempos–, así que ¡bienvenido a casa!”.
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2 comentarios sobre “El día que dije «sí»…”