Pablo, tu estúpida historia me costó trabajo y un par de lágrimas terminarla. Gracias por compartirla, aquí hay muchas estúpidas historias más que se hacen una con la tuya. (¡Gracias por el consejo final!, palabras clave para una vida plena).
Ab Vélez Ortiz
-Te amo-, fue lo último que casi alcanzó a decir Carlos antes de que cerraran las puertas del metro frente a sus ojos. Sabía que no lo había pronunciado lo suficientemente alto como para que Noah lo escuchará pero salió del corazón, de eso estaba seguro.
Se conocieron en La Purísima, «su congalito del amor» cómo les gustaba llamarlo. Noah fue el pendejo que le tiró el mojito sobre su ropa y, aunque ya tenía unos alcoholes de sobra, todavía tuvo chance de reclamar. -¡Perdón, guapo! Déjame te compro otro-, le dijo mientras lo tomaba de la mano y lo arrastró a la barra mientras hacía a un lado a la gente.
Esa nocheencontrar el amor
Tras ese beso que pareció ser eterno y del cual tuvieron que ser separados por sus grupos de amigos, intercambiaron teléfonos. La ley no escrita dicta que no debes molestar a tu crush del antro al menos por 24 horas pero… -Hola guapo, ¿cómo amaneciste? Espero que no traigas cruda-, le escribió Carlos por WhatsApp cerca del medio día. Su foto de contacto describía perfectamente el perfil del hombre que recordaba: guapo, barbón, de lentes y labios deliciosos. Se quedó en visto.
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-No me contestó, me dejó en visto, güey-, le escribió a Martha, su mejor amiga y testigo de los acontecimientos. Era otra regla, siempre contar con testigo ocular del ligue nocturno para que se convierta en el o la consejer@ y acompañante en caso de que todo se convierta en una decepción amorosa. -A ver, ¿te calmas? ¡Gracias! El dude estaba muy ebrio y a lo mejor está cruedeando, sólo espera un poco más-, le contestó su amiga mientras se tomaba un break, porque se había escapado a la casa de su fuck budy.
Tuvieron que pasar dos horas que parecieron ser una eternidad. -¡Hey!, hola guapo, ¿cómo estás? Sí, yo como la Campuzano: solo, ebrio y devastado, pero de pie. Estoy de camino a una barbacoa, ¿tu gustas? Espero que sí, mínimo para compensar cualquier oso que hiciera ayer contigo… por cierto, me encanta tu foto de perfil, aunque creo que te ves mejor con barba -. Carlos sintió como los colores se le subieron al rostro y no pudo ocultar su cara de emoción. Estaba seguro que había quedado flechado por ese imprudente tipo que le tiró el mojito encima.
Ooootra regla: prohibida la efusividad
Canceló la ida al cine con sus primos y, aunque no era entusiasta de la barbacoa, se lanzó a la Roma, a su suerte. Todo el camino se fue inventando historias para darse permiso, -bueno, Mike ya es una historia de hace un año y creo que ya lo superé, pero… ¿y si también es controlador?, ¿y si es intenso?, ¿y si no hacemos match?, ¿y si…-, ya no pudo pensar. Llegó al lugar de la cita y lo vió alto, con el cabello largo y recogido, bañado, con barba de tres días… -¡hasta en pants es sexy el méndigo!-, se dijo mientras le daba una sonrisa.
Se saludaron como dos extraños que se encuentran por primera vez. Ooootra regla: prohibida la efusividad, ¡qué oso saludar a tu ligue como si fueran súper amigos!
– ¿Te digo algo?- dijo Noah mientras caminaban a un destino desconocido y Carlos asentía con la cabeza, -¡ya fui a desayunar!, la verdad es que sólo quería verte. Sí, estaba muy ebrio pero me acuerdo detalladamente de cada minuto de la noche, desde que te tiré el chupe accidentalmente, aunque ya te había echado el ojo-, hasta ese beso en la puerta de La Puri. Y bueno, ese mensaje de la mañana aumentó mi curiosidad y pues nada… aquí estás. Lamento haberte hecho venir hasta acá-, dijo mientras hacía esa típica mirada que expresaba su vergüenza, especialmente cuando ofrecía una disculpas. Por su parte, Carlos inflaba sus cachetes, gesto que hacía cada que tenía una revolución en su cabeza.

Sin querer, Noah rozó su mano sobre la de Carlos antes de sujetarlo por la espalda y le dijo -¡no te apures!, pero no vuelvas a mentirme. Aunque, a decir verdad, también moría por verte de nuevo-, le dijo lleno de pena y casi morado de vergüenza. –Me gustaste mucho y además bailas súper bien. Aunque no te perdono que me tiraras mi mojito- y entonces, como si se tratara de una explosión nuclear, estallaron en una carcajada que culminó con el encuentro de su ojos, frente a frente. Uno de esos momentos en lo que ya nada importa porque tu corazón late tan fuerte y tan rápido que lo escuchas y crees escuchar el del otro y te preguntas ¿así suena el amor?, entonces –pues mucho gusto, Carlos. Soy Noah, como Noé pero con ‘ah’-.
Estuvieron juntos toda la tarde caminando sin rumbo hablando de todo y de nada. Noah le platicó sobre cómo había llegado a CDMX desde Chihuahua huyendo de casa tras la muerte de su papá, un gringo extraño que se enamoró de una mexicana y echó raíces del otro lado de la barda dejando todo por amor. Por su parte, Carlos le contó cómo un chilango vive la Ciudad con intensidad y hacerla suya en todos los sentidos. -Sexo, drogas y mucha fiesta es lo que tiene para dar esta cochina ciudad que amas u odias, el chiste es tener los ojos bien abierto porque quién sabe, quizá en el momento menos esperado encuentres el amor tirándole un mojito encima-, dijo mientras miraba al chico de doble nacionalidad y tomaba su mano.
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¿Cómo pasó? Ni ellos mismos lo entienden, pero así comenzaron a pasar las cosas, lenta y deliciosamente. Se sentían como dos adolescentes que caminan sobre las nubes en completa libertad, sin presión, sin prisa. Si así es el amor verdadero, ¡qué experiencia! Todo se resumía a esos pequeños momentos de intimidad donde los cuerpos bañados en sudor se funcionaban para cerrar los episodios con una mirada y un «¡te amo!» sincero y hasta cierto punto inocente. ¿Qué había que perder? ¿Estaban listos para quemar las naves?
Pero no todo siempre es miel sobre hojuelas y, como dice el dicho, «todo por servir… se acaba».
… siempre le quedará Los Ángeles y su glamour
«Hola, ¿vienes con ese tipo?- le dijo ese chico bien parecido mientras Carlos compraba un mojito en la barra-, sí, no solo vengo con ese tipo, es mi novio, ¿por?- contestó un tanto incómodo y molesto-. Sólo pregunto, digamos que creo que es un viejo amigo, ¿se llama Noah, no?, viene de Chihuahua, ¿que no?-le dijo con ese tono cantadito del norte que siempre le ha causado risa. -Pues sí, entonces sí es él, ¿tú qué quieres con él? ¿por qué no te acercas a saludar?- y mientras se daba la vuelta para llegar con su pareja alcanzó a escuchar levemente «porque lo quiero a él». Cuando volteó la mirada, el tipo guapo ya no estaba a la vista.
Decidió no darle importancia y continuar la fiesta en paz, aunque se quedó intrigado de saber quién era el chico y qué quería de Noah. En esos seis meses de relación, aunque no habían existido secretos, Carlos entendía que había cosas de su pasado que prefería dejar atrás. Estaba en CDMX para comenzar de nuevo, encontrarse y encontrar el amor. Creía que era posible y si no, siempre le quedará Los Ángeles y su glamour para dar borrón y cuenta nueva.
-Guapo, voy al baño ya para irnos. No quiero after, mejor nos vamos a dormir a mi casa y mañana salimos al desayuno con tus papás, ¿te late?-, le dijo el ojiverde Noah mientras Carlos asentía y no dejaba de bailar y de cantarle a su novio «I, I, follow, I follow you!». Terminó la canción, y otra, y otra hasta que de pronto volvió pálido, como si hubiera visto una aparición y lo tomó de la muñeca, –¡vámonos ya!-, le dijo tan fuerte que todos a su alrededor voltearon a ver a la pareja ante la orden.
Silencio.
Al llegar al depa el silencio era casi insoportable. ¿Qué había hecho que molestó al norteño? Nadie dijo nada, durmieron en la misma cama, pero como si estuvieran a kilómetros de distancia. En meses, era la primera vez que no había caricias, ni abrazos. Nada.
Silencio.

El teléfono sonó a las 8:30 y de un sobresalto Noah despertó y lo cogió, salió disparado a la sala a contestar y su voz apenas era un murmullo, hablaba en inglés. Algo no estaba bien y Carlos no quería quedarse con la intriga, se levantó de la cama y se sentó a la orilla de la cama a esperar a que su novio volviera mientras repasaba cada minuto de la noche antes de su súbita salida. ¿Tendría algo que ver el tipo de la barra?
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-¿Oye? ¿Qué está pasando? ¿Todo bien?- preguntó serio y tranquilo, lo que menos quería era una pelea, hasta ahora nunca habían peleado y no iba a ser la primera vez. -Todo bien, morro. Mis primos, que están en la ciudad y quieren verme. Creo que no puedo ir al desayuno con tus papás, ¿te importa?-, dijo, con una actitud seria que dejaba más dudas que respuestas en el aire, -pues está bien, supongo. Yo le digo a mis papás. Oye, pero ¿a dónde vas a ir?– dijo a la nada, porque al voltear, el norteño ya había salido de la habitación.
Silencio.
En todo el día no hubo llamadas, ni mensajes, ni tuits. Carlos, de forma prudente pero preocupado, decidió no molestar. Quizá la estaba pasando bien y no era buen momento para interrumpir. Quizá y solo quizá. La intranquilidad humilló a su paz cuando dieron las 10 de la noche y no sabía nada de su norteño. Entonces llamó, uno, dos, tres, cuatro, cinco intentos sin respuesta. Llovieron los mensajes y tampoco hubo respuesta. ¿Qué estaba pasando?
Silencio.
Dos días sin saber nada. Una eternidad para un corazón enamorado y entonces, el colapso. «Hay sueños que se vuelven realidad. Here we come, LA!», decía el pie de una foto en la que Noah aparecía besando a alguien y en el fondo las míticas letras de Hollywood.

-Es que no entiendo, Martha. No entiendo en qué momento sucedió todo esto. ¿Quién es ese cabrón? ¿Qué pasó? ¿Por qué está en Los Ángeles y…- pasó abruptamente mientras recordaba a ese con el que salía en la foto -¡claro!, ese es el tipo que te dije que ví en el congalito y me preguntó por él. ¡Él es!- , dijo mientras limpiaba sus lágrimas y trataba de determinar cuáles eran los verdaderos sentimientos que lo embargaban en ese momento.
Silencio. Otro día más sin respuestas a las cientos de preguntas.
-We nerd to talk, Chuck!-, decía el mensaje desde un número desconocido y fuera del país. -Sure, babe! Now? I’ve to much questions for you-, respondió lo más sereno que pudo y entró la vídeollamada.
¿Quién diría que se podría encontrar el amor en un lugar como La Purísima? Pero así como podría ser un lugar de redención, también se convertía en la casa de los demonios, dónde puedes encontrar a tu nuevo torturador que, por el costo de un mojito puede arruinar por todos los frentes tu felicidad. ¿Es irreal? ¡No! Es el amor en el aquí y ahora en todos lados.
Frente a una taza de café y un paquete de pañuelos se encontraba el, con unas ojeras enormes y los ojos rojos que evidenciaba que no había dejado de llorar desde hace tiempo. El negro de su ropa demostraba que todo él estaba de luto pero no sabía reconocer quién de las dos partes fue la víctima y quién el victimario. Ni siquiera entendía los «por qué» de su estado actual. ¿En qué había fallado? ¿En qué falló?
¡Mándalo a chingar a su madre, Charly!
-Se llama Edgar. Eran novios desde hace 10 años en su pinche pueblo. Cuando su papá murió, él le dijo que nada lo ataba a quedarse y que necesitaba comenzar de nuevo a como diera lugar, así que vendió todo y se vino para acá pero el tipo no quiso seguirlo porque, evidentemente era una locura. Y aunque no se hablaban, siguieron enviándose correos, lo que supongo que hizo que la espinita siguiera jodiendo y pues nada. Resulta que el tipillo ese acaba de comprarse una casa en un suburbio de Los Ángeles, el sueño de ambos en realidad, y vino por él para llevárselo y así comenzar de nuevo- le dijo a Martha entre lloriqueos y sollozos dolientes. Realmente estaba herido y le costaba trabajo sobrellevar la situación pese a que siempre había ocupado el papel del fuerte de su círculo de amigos.
–¡Mándalo a chingar a su madre, Charly! Seis meses jugó contigo y no está padre lo que hizo, mucho menos irse como cobarde, ni que fuera un Duarte. ¿Y ahora?, ¿qué vas a hacer?- le dijo su amiga mientras preparaba con precaución lo siguiente –viene a México mañana para entregar el depa a sus amigos y por lo que resta de su ropa y documentos. Dice que quiere verme y…- comenzó a llorar de nuevo-, ¿güey, crees que deba ir a verlo? ¿valdría la pena?- dijo mientras miraba ese rostro que soltaba una lágrima de apoyo por el corazón roto de su amigo.

Se encontraron en el Centro, cerca de su «congalito del amor». Al llegar Noah lo miró sonriente y solo recibió una mueca. Caminaron por las mismas calles que habían andado tomados de la mano y pasaron por esquinas en las que se besaron, pero ahora eran dos extraños caminando, como si exportan sus culpas y cuyos sacrificios eran nada ante su pena. Noah lo detuvo un momento y -¿estás bien?, en verdad lamento que pasará todo esto y de una manera que se me fue de las manos- e intentó tocar su rostro pero Carlos quitó su mano. -No te apures, estoy acostumbrado a que me rompan. También sobreviviré a esto, a gente mierda como tú-, dijo tajante con palabras cuyo filo atravesaron la conciencia del norteño.
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Todo se había terminado casi como comenzó. Caminaron al metro y entraron con el mismo rumbo, pero al llegar a Centro Médico, ambos sabían que todo terminaría para siempre, todo. El convoy llegó y entonces el ‘adiós’ era inevitable -fue un placer conocerte, en verdad- le dijo lo más sincero que pudo mientras sujetaba su mano y se daba media vuelta. Entendía el silencio de quién fue su amigo y amante esos últimos meses y salió del vagón. -Te amo-, fue lo último que casi alcanzó a decir Carlos antes de que cierran las puertas del metro frente a sus ojos. Sabía que no lo había pronunciado lo suficientemente alto como para que lo escuchará pero salió del corazón, de eso estaba seguro.
Al llegar a casa decidió no llorar. Abrió su laptop y al entrar a Facebook una nueva foto de Noah en la que dejaba de ser su alcoba con el pie de foto «Hoy sé que mi forma de amar es intensa. Tiene la misma esencia. Amo de la forma que sé hacerlo, como yo lo siento y decido, correspondo por que se trata de mí y de quién lo merece. ¡Libre!». Y entonces lo entendió. Dio click sobre el botón «dejar de seguir», bloqueó todo acceso a cualquier forma de comunicarse y se dijo a modo de consejo -tú también puedes ser y eres intenso. ¡Amate como solo tú sabes hacerlo! Eres la primera persona que merece recibir su cariño y amor. ¡Vívelo libre, pero vívelo!-.
Cerró la computadora y se fue a la ducha. Esta noche iría a bailar y a reencontrarse con su viejo amor, ¡él mismo!.

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